John Powell, un profesor de Loyola University en Chicago, escribió esta historia basada en un hecho real, sobre un estudiante de su clase de Teología de la Fe, llamado Tommy.
Hace unos años atrás, estaba observando a mis estudiantes mientras entraban al salón de clases. Ese fue el primer día que vi a Tommy con su larga cabellera rubia. Sé que no es un asunto de importancia, pero por alguna razón, de inmediato catalogué a Tommy como una persona rara y extraña... muy extraña.
Tommy resultó ser el ateo de la clase. Él lo objetaba absolutamente todo, con una sonrisa sarcástica, o suspirando irónicamente ante la posibilidad de un Dios que nos ama incondicionalmente. Así y todo, el primer semestre transcurrió en una relativa paz.
Cuando se acercó para entregarme su examen final, me preguntó en un tono algo cínico,
-¿Cree usted que alguna vez encontraré a Dios?
-¡No!, por supuesto que no, le dije.
-¿Por qué no?, me respondió, yo creía que ése era el producto que usted estaba vendiendo.
Un poco molesto, me acerqué a Tommy y le dije:
-Creo que tú nunca encontrarás a Dios, pero estoy absolutamente seguro de que Él, te encontrará a ti, en algún momento de tu vida.
Se encogió de hombros, como si mi respuesta no le interesara y salió del salón de clases. Un tiempo después me enteré que Tommy se había graduado, pero también me contaron que Tommy padecía de una grave enfermedad.
Para mi sorpresa, Tommy vino a verme. Al entrar en mi oficina lo vi muy demacrado y su larga cabellera había desaparecido debido a la quimioterapia, pero sus ojos brillaban y su voz era muy firme.
-Tommy, he pensado mucho en ti, me contaron que estás enfermo, ¿es cierto?
-Oh, sí, muy enfermo, me respondió, tengo cáncer. Los médicos no me dan muchas esperanzas.
-¿Y como te sientes al pasar por esta situación con tan sólo 24 años?
-Bueno, podría ser peor.
-¿Cómo dices?
-Peor es llegar a los cincuenta años sin tener valores o ideales; o a los sesenta creyendo que beber, seducir mujeres y hacer dinero es lo más importante en la vida. En realidad vine a verlo por algo que usted me dijo el último día de clases. Le pregunté si creía que yo alguna vez a encontraría a Dios y usted me dijo que no. Pero recuerdo que usted añadió: Pero Él te encontrará a ti. Desde hace un tiempo estuve pensando mucho en esto y comencé una búsqueda muy intensa cuando los doctores me diagnosticaron que el tumor era maligno. ¿Alguna vez ha tratado de hacer algo con mucho esfuerzo, sin obtener ningún resultado? Eso es lo que me ocurrió. Empecé a golpear con mis puños las puertas del cielo, pero Dios no salió para abrirme.
Pero un día desperté y en lugar de estar lanzando mis reclamos inútiles por encima de ese muro de ladrillos a un Dios que posiblemente no estuviera ahí, me rendí. Decidí que en realidad ya no me importaba nada, ni siquiera la vida después de la muerte. Decidí pasar el tiempo que me quedara haciendo algo más provechoso.
Pensé en usted y en sus enseñanzas y recordé otra cosa que usted nos había dicho: La mayor tristeza es pasarse la vida sin amar. Pero sería igualmente triste pasar por la vida e irse sin nunca haberle dicho a los que uno ama, que los ama. Así que empecé por el más difícil, mi padre.
Él estaba leyendo el periódico y le dije: Papá
-¿Qué?, preguntó sin quitar sus ojos del periódico.
-Papá, quisiera hablar contigo.
-Bueno, habla.
-Papá, es algo verdaderamente importante.
Bajó el periódico lentamente, ¿De qué se trata?
-Papá, yo te amo. Sólo quería que lo supieras.
El periódico se cayó de sus manos. Entonces mi padre hizo dos cosas que no recuerdo que hubiese hecho antes. Lloró y me abrazó. Estuvimos hablando toda la noche. Me sentí muy bien de estar cerca de mi padre, de sentir su abrazo y de oírle decir que me amaba.
Fue más fácil con mi madre y con mi hermano menor. También ellos lloraron conmigo y nos abrazamos, nos dijimos cosas bonitas los unos a los otros y compartimos las cosas que habíamos guardado en secreto por muchos años.
Sólo me arrepiento de una cosa, de haber esperado tanto tiempo. Ahí estaba, comenzando a abrirme a todas las personas que siempre habían estado tan cerca de mí.
De pronto me di cuenta y me dije: ¡Aquí esta Dios! No vino a mí cuando yo le pedía. Me imagino que yo me porté con Dios como un entrenador de animales sosteniendo el aro para que saltaran: ¡Vamos, salta! Te doy tres días, tres semanas. Me di cuenta de que Dios hace las cosas a Su manera y a Su hora. ¡Me había encontrado! Usted tenía razón, me encontró aún después de que yo dejé de buscarlo.
-Tommy, le dije con un nudo en la garganta, -yo creo que estás diciendo algo muy importante. La manera más segura de encontrar a Dios: es la de no tratar de hacer de Él una posesión personal, un liberador de problemas, un consuelo instantáneo en tiempos de necesidad, sino abrirse al amor. Sabes, el apóstol Juan dijo eso: Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en el.
-Tommy, ¿podría pedirte un favor? ¿Por qué no vienes a mi clase de Teología de la Fe y cuentas este importante testimonio? Si lo hago yo, no tendrá el mismo efecto que puede tener al contárselo tú.
-No sé, yo estaba listo para usted, pero no sé si para su clase.
-Piénsalo Tommy y si quieres hacerlo, llámame.
Pasó un tiempo y Tommy llamó al profesor:
-No voy a poder ir a su clase, le dijo. ¿Podría contarles usted mi historia? ¿Le contará usted al mundo entero, que Dios es Amor?
-Sí, Tommy, les diré a todos cómo Dios te encontró, será una gran satisfacción para mí poder hacerlo.
Pasaron pocos días y recibí la noticia, Tommy había partido de este mundo para encontrase para siempre con su amigo Jesús.
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