Todos de alguna forma u otra sufrimos en la vida, nos guste o no.
Cuando aparece el dolor, cuando llega el sufrimiento por pequeño o grande que sea, es necesario aceptarlo con paz.
Decimos que el mejor maestro es el dolor...
Es que nos hace más sensibles y comprensivos ante el dolor ajeno, quien ha sufrido, siempre sabrá escuchar, comprender, disculpar.
El dolor nos madura, humaniza, nos hace humildes, nos hace capaz de pedir ayuda y dar consuelo.
Dicen que los ojos que han llorado ven mejor, y es cierto, las lágrimas limpian el alma y no le impiden la entrada a Dios en nuestro corazón.
Al dolor debemos tomarlo como una parte de la vida y aprender que es una forma de irnos madurando, nos hace crecer espiritualmente si sabemos sacarle provecho.
Cuando en nuestra vida todo es plenitud, salud, viajes, diversiones y más... no se elevan los ojos al cielo, todo al suelo,
a lo terrenal.
Pero cuando se sufre de soledad, enfermedad, tristeza, vacío del alma, aprendemos a elevar los ojos hacia Dios, nuestro Padre celestial.
La alegría fabricada es mala, es como una copa de alcohol que embriaga y hace olvidar por un rato la realidad en que vivimos.
Es necesario aceptar la realidad aunque sea dolorosa, esto siempre será mejor, el dolor nos enseña a amar, a perdonar, a ser humildes, el dolor es parte de la vida y es el mejor método para madurar.
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